El papa inauguró el miércoles una gran cumbre sobre el futuro de la Iglesia católica asegurando que la institución necesita reparaciones para convertirse en un lugar de acogida para “todos, todos, todos”, y no en una barricada rígida desgarrada por miedos e ideologías.
Francisco presidió una misa solemne en la Plaza de San Pedro que marcó el inicio formal del Sínodo de Obispos. Advirtió a los bandos enfrentados en las guerras culturales de la iglesia que deben dejar de lado sus “estrategias humanas, cálculos políticos o batallas ideológicas” y dejar que el Espíritu Santo guíe el debate.
“No hemos venido aquí a crear un parlamento, sino a caminar juntos con la mirada de Jesús”, dijo.
Pocas veces en los últimos tiempos una reunión vaticana ha generado tanta esperanza, expectación y temor como esta cumbre de tres semanas a puerta cerrada. No se tomarán decisiones vinculantes y es apenas la primera sesión de un proceso de dos años. Pero, sin embargo, ha trazado una clara línea de batalla en la perenne división entre izquierda y derecha en la Iglesia y marca un momento decisivo para Francisco y su agenda reformista.
Están en discusión los llamados a tomar medidas concretas para dar a las mujeres más funciones decisorias en la iglesia, incluso como diáconas, y para que el común de los fieles tenga mayor voz en la gobernanza.
También se discute cómo admitir mejor a los católicos LGBTQ(asterisk) y otros que han sido marginados por la iglesia y tomar medidas para verificar cómo los obispos ejercen su autoridad para prevenir abusos.
En su homilía, Francisco reconoció las divisiones ideológicas existentes pero instó a los fieles a dejarlas a un lado y, en su lugar, escuchar al Espíritu Santo. Recordó que su tocayo, san Francisco de Asís, cuya fiesta se celebra el miércoles, también enfrentó divisiones y tensiones durante su vida, y respondió con oración, caridad, humildad y unidad cuando le dijeron “Ve y reconstruye mi iglesia”.
“¡Hagamos lo mismo!", afirmó Francisco. “Y si el pueblo sagrado de Dios con sus pastores de todo el mundo tienen expectativas, esperanzas e incluso algunos temores sobre el sínodo que estamos comenzando, sigamos recordando que esta no es una reunión política, sino una convocatoria en el espíritu; no un parlamento polarizado, sino un lugar de gracia y comunión".
El sínodo es histórico desde antes incluso de su inicio porque el pontífice decidió permitir que las mujeres y los laicos voten junto a los obispos en cualquier documento final que genere. Aunque menos de un cuarto de los 365 miembros con derecho a voto no son obispos, la reforma supone un cambio radical con respecto a un sínodo centrado en la jerarquía y una evidencia de la creencia de Francisco de que la Iglesia debe girar más en torno a su rebaño que a sus pastores.
“Este es un punto de inflexión", afirmó JoAnn Lopez, una ministra laica nacida en India que ayudó a organizar los dos años de consultas previas en las parroquias donde ha trabajado en Seattle y Toronto.
“Es es la primera vez que las mujeres tienen una voz cualitativamente diferente en la mesa y la oportunidad de votar en la toma de decisiones es enorme", agregó.
La agenda de la cumbre incluye también llamados a tomar medidas concretas para que más mujeres ocupen puestos decisorios en la Iglesia, incluyendo en el cargo de diáconos, y para que los católicos de a pie tengan más voz en el gobierno de la institución.
También se están estudiando formas de acoger mejor a los católicos LGBTQ+ y a otros marginados por la Iglesia, así como nuevas medidas de rendición de cuentas para comprobar cómo ejercen su autoridad los obispos y evitar abusos.
Las mujeres llevan tiempo quejándose de que son tratadas como ciudadanas de segunda en la Iglesia, excluidas del sacerdocio y de los altos cargos de poder, aunque son responsables de la mayor parte del trabajo eclesiástico: enseñar en las escuelas católicas, gestionar los hospitales católicos y transmitir al fe a las siguientes generaciones.
Llevan años demandando una mayor participación en el gobierno de la institución, al menos con derecho a voto en los sínodos periódicos del Vaticano, pero también el derecho a predicar en misa y a ser ordenadas sacerdotes o diáconos.
Antes del comienzo de la misa inaugural, los defensores del sacerdocio femenino desplegaron una gran pancarta morada en una plaza próxima con la frase “Ordenen a las mujeres”.
Lopez, de 34 años, y otras están especialmente entusiasmadas ante la posibilidad de que el sínodo pueda aprueba de algún modo la ordenación de mujeres como diáconos, un ministerio que actualmente está limitado a los hombres.
Durante años, los partidarios de la diaconía femenina han alegado que en los inicios de la Iglesia ejercían esas funciones y recuperar este ministerio serviría a la institución y reconocería su aportación.
Francisco ha convocado dos comisiones de estudio para investigar el tema y ya se le pidió que lo considerase en un sínodo anterior sobre la Amazonía, pero por el momento no ha realizado cambio alguno.
En su homilía de apertura del sínodo, el pontífice indicó que esas ideas “preconcebidas” no tienen cabida en la cumbre. Pero repitiendo su nuevo mantra sobre la Iglesia como un lugar de acogida, aseguró que se debe permitir la entrada a “tutti, tutti, tutti”: A todos, todos, todos.
En tiempos tan difíciles, añadió, existe la tentación de ser “una Iglesia rígida, que se arma contra el mundo y mira hacia atrás; una Iglesia tibia, que se rinde a las modas del mundo; una Iglesia cansada, replegada en sí misma”.
Y ofreció una visión alternativa: “Una Iglesia unida y fraternal, que escucha y dialoga; una Iglesia que bendice y anima, que ayuda a los que buscan al Señor, que agita con amor la indiferencia, que abre caminos para atraer a la gente a la belleza de la fe. Una Iglesia que tiene a Dios en su centro y, por lo tanto, no tiene divisiones internas y nunca es dura externamente".
La posibilidad de que este proceso sinodal derive en cambios reales en cuestiones que antes eran tabú ha dado esperanzas a muchas mujeres y católicos progresistas y ha encendido las alarmas entre los conservadores, que han advertido que el llamado a la inclusión radical de las personas LGBTQ+ podría causar un cisma.
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