El manejo de la pandemia en Yucatán
Mario Lope Herrera (*)
El filósofo Byung-Chul Han, de Corea del Sur, afirma que el coronavirus impondrá regímenes de vigilancia, pérdida de libertad, fin del buen vivir y una falta de humanidad generada por la histeria y el miedo colectivo.
Parte de ese miedo es compartido. Es decir, la sociedad no es la única en demostrar un cambio ante escenas inéditas de la vida cotidiana basadas en el temor colectivo, sino que los gobiernos, con base en ese miedo, son tentados a caer en decisiones que ponen en riesgo el statu quo y amenazan la democracia definida desde la perspectiva de la participación social.
Las medidas que el gobierno estatal se ha “atrevido” a tomar hasta el momento, como la restricción a la movilidad social, la llamada ley seca, el cierre de comercios —dentro de una supuesta libertad económica— y los “operativos” de cuerpos policiacos estatales en toda la ciudad a todo tipo de vehículos, excepto los de emergencia, reflejan ese miedo colectivo, cuya incertidumbre motiva a los gobernantes a caer fácilmente en los autoritarismos.
El estado de emergencia podría parecer, o ser, antidemocrático. A los gobernados no se les pregunta, se les impone. Cierto, hay una pandemia, la salud de la población está sobre cualquier política. Sin embargo, ¿a qué precio? Analistas españoles e italianos afirman que la muerte no es democrática. Ellos lo saben muy bien. Hace tres meses Europa era el epicentro de la pandemia. Hoy lo es Estados Unidos, Brasil y México.
Y precisamente en México, una de las regiones donde el virus ha replicado es la Península de Yucatán. La entidad yucateca y Quintana Roo tienen desbordada y descontrolada la pandemia. Su población, entre la pobreza extrema y moderada, no tiene la oportunidad que la clase media posee para quedarse en casa a trabajar.
La economía tampoco es democrática, como la muerte. El contagio es la única opción para sobrevivir económicamente.
La imposición del gobierno estatal refleja no el miedo a que los ciudadanos se contagien sino a que sus políticas y decisiones se vean exhibidas. No obstante, ese shock es el que muchos gobiernos aprovechan como un “momento favorable” para la instalación de un nuevo sistema de reglas que no siempre suelen ser democráticas. Como bien razona el filósofo surcoreano que cité al inicio, “del miedo se alimentan los autócratas”.
El peligro radica en que estas medidas se “normalicen”, es decir, que se asuma con el paso de la tragedia que los gobiernos pueden tomar decisiones tales como limitar la libertad a través de toques de queda y prohibiciones económicas que descansan en un discurso en pro de la salud de la población.
Al estar marcada nuestra existencia por el hiperconsumismo y los excesos que el pulso de la economía (formal e informal) han impreso en la dinámica social, no resulta lejano deducir que el Covid impondrá una falta de humanidad que se aprecia en el desbordamiento del miedo y la histeria colectiva.
Nada distante a lo que Saramago y Camus nos han mostrado en sus novelas.
Esa histeria colectiva se sostiene en diferentes premisas que dependen, en la mayoría de los casos, de indicadores socioeconómicos como la pobreza, la marginación y el desempleo.
De manera que, al menos en la entidad, el miedo de los ciudadanos no estriba en vigilar y procurar la salud cuando lo esencial es sustentar a las familias a través de la formalidad o informalidad. Grave consecuencia social que trajeron las políticas públicas basadas en el asistencialismo y el paternalismo gubernamentales.
El miedo del gobierno es a las estadísticas. Entonces se comienza a gobernar por decreto. La autoridad esboza rasgos autoritarios: límites a la movilidad social, al comercio, vigilancia policiaca más allá de lo constitucionalmente establecido. Nuestro estado de salud se convierte en objeto de vigilancia permanente. Con la “nueva normalidad” se corre el riesgo de normalizar paulatinamente el miedo, no la esperanza.
En esa mal llamada nueva normalidad, los medios de comunicación juegan un papel “satélite”, pues la presencia de la muerte (las frías estadísticas de contagios y muertes diarias) pone nerviosa a la ciudadanía y la fragmenta.
Las redes sociales se polarizan y proyectan un discurso fracturado socialmente: unos a favor de la movilidad social y otros en contra. Los que están a favor son los que van en busca de la anhelada supervivencia económica y los que están en contra buscan vivir más años porque pueden encontrar esa variable desde sus hogares. La histeria de la supervivencia (económica y de vida) hace que la sociedad sea más inhumana.
Entonces el gobierno adopta medidas coercitivas que van desde “prohibir” libertades hasta decretar multas si no se cumple con el “estado de emergencia” que se pretende establecer para disminuir los números, las temidas estadísticas.
Especialistas debaten si esto es anticonstitucional o no. Lo cierto es que la pandemia puede ser un detonante para establecer un “laboratorio” de políticas que van en contra de la democracia, acciones veladas en un discurso que va orientado a cuidar la salud de los ciudadanos. Un escenario que se antoja orwelliano.
mjlope77@gmail.com
@MarioLopeH1
Licenciado en Ciencias Antropológicas por la Uady. Escritor
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